Extiende su sombra hasta que se desgarra. Las ventanas están abiertas y el viento se levanta. Bebo agua fría y siento que el deseo no se disipa. Está acorazado y hecho de fibras de un vidrio santificado que transmite la locura. Aullador y esclavo de sí mismo. Presiento que está hecho de legiones infinitas y ciegas que vienen del desierto o que avanzaron contra los Alpes o conquistaron la Roma de cada tiempo. Cíclico y continental su osamenta de fuego. Es un caballo y también un erizo, un cefalópodo lleno de molicie y un cenzontle que trabaja con los números rojos, un guepardo morado y un citrillo. Mundano y santificado por los papas que secuestraron los Cielos y negaron los Infiernos. Puede oírse desde distintos puntos del tiempo pero sólo guarda un retrato viejo que no admite formatos desgastados por los unos o los ceros. Cósmico y vano, de amarga medicina y del material del que están hechos los sueños. Es una maquinaria desvelada que separa la semilla del silencio y el sermón del domingo. Falaz y exquisito orador del misterio apoyado en los vasos del vino. Es una tornamesa descompuesta y un transistor cuántico que no entiende de entrelazamientos. Es un madrazo bien puesto entre los sueños y las partes menos nobles de un poema que sólo rima con el ruido.
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Enrique López T.
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